| Descripción |
El plural lenguaje de la fotografía (un mecanismo de expresión visual a la vez directo y construido, realista y ficcional) ha supuesto para Alberto García-Alix mucho más que un puro y duro instrumento de creación artística; sobre todo y, ante todo, ha sido siempre una manera de ver, entender y vivir la vida. Su mirada representa, pues, una doble actitud: vital y visual, y ambas van siempre engarzadas (como las dos mitades de una misma esfera) por el hilo conductor del objetivo de la cámara, que se convierte así en un fiel compañero y confidente de su personal visión de la realidad y del mundo.
Sus fotografías representan fundamentalmente la crónica de un tiempo determinado, la historia compartida en imágenes de su entorno, de sus amigos, de sus pasiones, de sus deseos, y también de sus derrotas (que es otra forma de demostrar que se ha vivido), todo ello reflejado y recogido en un personal diario de hojas emulsionadas. Dentro de ese íntimo registro destacan los retratos de toda una generación, lo que le ha convertido en el principal testigo fotográfico de la llamada movida madrileña, y en los que da cabida a una serie muy variada de singulares y plurales personajes. Moteros, músicos, actores, bohemios, actores porno, cuerpos desnudos vestidos de piel y tatuajes, yonkis, noctámbulos, criaturas de la noche y de las calles, se dan cita en sus fotografías, en las que siempre emplea la enriquecedora dualidad del blanco y negro, y los también enriquecedores recursos analógicos del laboratorio. En sus retratos, en los que con frecuencia se representa también a sí mismo, suele colocarse frontalmente ante su modelo, cara a cara, como una suerte de diálogo, quizás de enfrentamiento. Son habituales sus retratos directos, sin escenificación ni funcionalización, llenos de potencia expresiva. En los últimos años, ha empezado igualmente e emplear el vídeo como medio para documentar sus imágenes, acompañándolas de su voz y sus propios textos.
Esta fotografía recoge algunas de sus principales señas de identidad artísticas. Su autorretrato en plano medio, recortado sobre un fondo neutro y desnudo, realza ese pulso de miradas y diálogos que lanza al espectador. Las manos crispadas, que inevitablemente nos llevan a recordar al Robert Mitchum de "La noche del cazador", parecen a punto de arrojarse sobre nuestras mandíbulas, pero también, paradójicamente, a punto de acomodarse en nuestro espíritu. El dibujo de los tatuajes traza un paisaje familiar en su piel y lo remite al de aquellos que le son cercanos. La fuerza de la fragilidad. La ambigua fragilidad de los fuertes. (Texto de Francisco Carpio, Catálogo Colección CA2M, 2010).
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